La ocupación de Ucrania por las tropas de Rusia ha desatado una cadena de acontecimientos que de hecho suponen una disposición internacional de fuerzas en acción de guerra sin su declaración formal. Las fuerzas de la OTAN y la Unión Europea han adoptado verdaderos actos de guerra sin un debate de los parlamentos nacionales ni declaración de guerra que los justifique.
Hechos como armar a un país contra un invasor al que no se le ha declarado la guerra, o sanciones económicas que, como el congelamiento de las reservas del banco central de Rusia, constituyen otro acto de guerra. Mientras, las bajas crecen cuando los combates decisivos están aun por librarse. Los soldados de ambos ejércitos y los civiles expuestos a las consecuencias del combate son la carne de cañón de esta guerra.
La invasión rusa tras una sucesión de exigencias para garantizar la seguridad de sus fronteras es un acto imperialista. Lo cual no excluye que las exigencias previas de Rusia como la neutralidad de Ucrania y la retirada de las fuerzas de la OTAN y abandono de su membresía de los países limítrofes a Rusia fuesen justas, aunque resultaran rechazadas por la OTAN y por el Gobierno de Ucrania. Ese rechazo pone de relieve que el asedio a las fronteras rusas tiene objetivos de largo alcance y se ha madurado a lo largo de los años.
De hecho la Alianza Atlántica está presente en el conflicto por “delegación” a través del gobierno presidido por Volodimir Zelensky. Éste ha rechazado, al igual que los gobiernos anteriores desde 2014, poner en marcha los Acuerdos de Minsk que incluyen la autonomía para la región del Donbas en las que están las denominadas repúblicas de Lugansk y Donetsk. Tras la invasión Rusia ha reconocido la independencia de ambas.
La negativa a instrumentar los acuerdos es el resultado del empuje hacia la guerra de la OTAN que mueve los hilos desde fuera del teatro de operaciones, secundada de forma desigual por la Unión Europea. Zelensky llamó el año pasado a recuperar por las armas la región rebelde del Donbas. Son los oligarcas ucranianos con intereses en esa región los que financiaban la guerra en el este del país para someter a las repúblicas secesionistas.
Despliegue de las fuerzas
El gobierno de Ucrania, embanderado con los objetivos de la OTAN, a la que sin embargo no tiene acceso, como tampoco lo tiene a la UE, representa los intereses de los explotadores y oligarcas de su país y del capital internacional que se disputarán los despojos de la guerra, el mercado interior de Rusia y en general todo el espacio antes ocupado por la Unión Soviética agrupado parcialmente dentro de la Confederación de Estados Independientes (CEI). Rusia y China constituyen la última frontera para la colonización por parte del imperialismo estadounidense. Rusia por su parte actúa en defensa de los intereses de la camarilla de oligarcas próximos al Kremlin y de su propio espacio económico interior y de la CEI, pero ha optado actuar como una fuerza imperialista, como lo hizo en el pasado el Imperio Ruso en su expansión en la zona de proximidad.
Una acción imperial que choca de forma violenta con los métodos de la lucha revolucionaria de la Rusia de los soviets entre 1917 y 1922. La alianza entre la república soviética de Ucrania y la Rusia de los soviets se hizo sobre la base de la democracia obrera en solidaridad con la revolución rusa y respetando su integridad territorial e intereses nacionales. Con independencia de los desmanes posteriores de Stalin a partir de 1924.
Frente a esta operación se sitúa el gobierno presidido por el bonapartista Vladimir Putin en defensa de los intereses de su corte de oligarcas y el espacio económico interior de Rusia. La burguesía rusa carece de una tradición social como tal y su emergencia tras la caída de la Unión Soviética en 1991 no ha dado paso a su consolidación como clase en condiciones de ejercer el pleno dominio político de la escena y necesita como al oxígeno un arbitraje político, encarnado desde 1999 por la figura de Putin. Los oligarcas rusos constituyen una camarilla que se apropió de las empresas del estado soviético en un proceso irregular, una verdadero saqueo del patrimonio del ex estado obrero.
En estas condiciones la aventura bélica es una puerta falsa que aboca al régimen de Putin y a la mafia de oligarcas a su destrucción. Un espacio económico debilitado y sin salida en tanto que no ha sido capaz de superar el derrumbe de la URSS con una restauración capitalista plena, precisamente porque la revolución de octubre de 1917 destruyó las bases burguesas de la sociedad que el régimen pos soviético no ha logrado reconstruir.
Un desfiladero hacia el precipicio
La pretensión de Putin de mantener a Rusia y la CEI insertada en el mercado mundial pero preservando parcialmente la independencia económica y el mercado interior para su camarilla de oligarcas, estableciendo una asociación con el imperialismo bajo su control, es inviable. Moscú pretende preservar además el espacio ex soviético como un caladero cuyo acceso para el imperialismo regula a su antojo. Pero Rusia está dentro del Fondo Monetario Internacional (FMI), el país vive fundamentalmente de la exportación de materias primas como el gas y el petróleo, y por lo tanto está insertado en el mercado mundial. Esto es lo que precisamente ha dado su fuerza a las sanciones económicas.
Las petroleras estadounidenses, británicas y europeas en general están asociadas al estado ruso en la explotación del subsuelo del país. El Propio Putin ha hecho una defensa cerrada del capitalismo. Pero el imperialismo estadounidense no está dispuesto a tolerar ese arbitraje del bonapartismo ruso. Por este motivo una Rusia capitalista no podrá sobrevivir sin dar entrada sin restricciones a las fuerzas económicas del imperialismo. La OTAN es el brazo armado del FMI y su avance sobre las fronteras de Rusia son la expresión más clara de que EEUU no estaba dispuesto a tolerar por más tiempo ese arbitraje. Europa ha intentado mantener una posición propia, de acuerdo con sus intereses por relación al espacio económico de Rusia y la CEI, una diferenciación en sordina ahora que acumula tensiones en el seno de la propia OTAN.
El estado de los Sóviets impuso un lugar independiente del imperialismo en la economía mundial para Rusia no porque se sustrajera al mercado mundial, sino porque expropió al capital y junto con ello rompió las ataduras del viejo imperio Ruso con el capital franco inglés. Históricamente el sueño imperial de Putin está destinado al fracaso. Una regulación de las relaciones con el imperialismo dictada por el bonapartismo ruso no tiene viabilidad. Una posición independiente del imperialismo sólo puede ser el resultado de una revolución obrera que expropie nuevamente al capital y establezca una dictadura del proletariado.
Putin no puede superar su origen. Es un hijo de la burocracia que se apropió del aparato del partido y del estado a partir de Stalin. Esa burocracia responsable de restablecer las relaciones con el capital imperialista y encabezar la restauración capitalista en Rusia, promoviendo el derrumbe de la Unión Soviética. El resultado inevitable de esta ecuación es la entrega del mercado interior al imperialismo. La guerra contra Ucrania para frenar a la OTAN es la reacción del bonaparte ruso para impedir la disgregación nacional bajo la presión del capital internacional. Pero es precisamente esta guerra la que va a acelerar su caída. Solo una revolución proletaria triunfante en Rusia podría detener los planes imperialistas desde una posición de clase.
La naturaleza de esta guerra
Estamos por lo tanto ante una guerra imperialista. Una guerra que se libra en contra de los intereses de los trabajadores tanto de Ucrania como de Rusia en la cual hay un enfrentamiento por delegación en el que Kiev representa los objetivos de la OTAN. Quienes mandan a ambos lados de los intereses en pugna son los explotadores del trabajo ajeno. Por extensión esta guerra se dirige en contra de los trabajadores a escala internacional en la medida que sus consecuencias económicas van a castigar los intereses internacionales del proletariado. Pero además ha desatado una cadena de desequilibrios políticos y económicos de gran proporción.
De forma inmediata enfrentamos un encarecimiento de las materias primas como el gas y el petróleo, un incremento del precio de los alimentos, ajustes contra los trabajadores para reducir los inmensos déficit públicos acumulados durante la asistencia monetaria sin restricciones de los bancos centrales del mundo al capital durante la pandemia. Se avecinan congelamientos salariales, más ataques a las pensiones públicas y servicios sanitarios y educación y reducciones de empleo a escala global. Un cuadro que se ha exacerbado por la guerra y que habrá de empeorar durante su desarrollo. El gobierno de España ya llama a un Pacto de Rentas frente a la inflación quiere que sean los trabajadores quienes paguen por el aumento de precios.
El capitalismo en descomposición busca una salida a la incapacidad por rentabilizar una masa sin precedentes de capital ficticio. Su imposibilidad de mantener el ritmo de la reproducción y ampliación del capital es lo que determina en esencia el empuje a la guerra por parte del imperialismo con el objetivo inmediato de anexarse el espacio económico de Rusia y las repúblicas ex soviéticas en general forzando por tanto su disgregación. Este es el motor de la oferta a Ucrania de su incorporación a la OTAN y a la Unión Europea.
Putin contra la historia
El Bonaparte ruso culpa al esfuerzo de los dirigentes de la revolución de Octubre por haber creado el precedente de una Ucrania separada de Rusia, a la cual se le adjudicaron regiones pertenecientes al Imperio de los zares en lo que Putin señala como una desesperada concesión por mantener unida a la federación a este territorio. Por añadidura en el tratado de la Unión de 1922 los bolcheviques reconocieron el derecho de las repúblicas a su separación de la Unión. Putin acusa a los bolcheviques, al núcleo del Partido Comunista de Rusia, de haber sembrado la semilla de la secesión. En realidad esta decisión fue la clave de la bóveda de esa compleja arquitectura que logró mantener unidas de forma democrática a repúblicas en las cuales habitaban 60 millones de campesinos no rusos.
La ocupación de Ucrania por Rusia va a exacerbar, a 100 años del tratado de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas, que contemplaba el derecho a la separación de las repúblicas de la federación, el sentimiento nacionalista dentro de Ucrania capitalizado históricamente por la derecha por la criminal política del estalinismo. Lo que está en juego va más allá de la cuestión nacional. Lo que está en juego es la supervivencia del capital por encima de su crisis terminal, circunstancia que supone un empuje sin igual desde 1933 hacia una tercera guerra mundial.
El viernes 25 de febrero la OTAN anunció la movilización de la fuerza de intervención rápida para reforzar el flanco este de las naciones del tratado en un escalamiento de las acciones bélicas. Mientras tanto abastecen de armas y municiones al ejército ucraniano. La crisis sin salida del capital y el fracaso por dar una supervivencia independiente a la ex Unión Soviética tras su disolución en 1991 alumbran un nuevo conflicto bélico mundial que reclama la intervención enérgica de los trabajadores a escala internacional para detenerlo organizando una verdadera guerra contra la guerra mediante su movilización.
El papel de la UE y del gobierno de España
Francia y Alemania, con intereses diferenciados de EEUU, intentaron privilegiar la vía diplomática por sobre la acción militar ante el movimiento de tropas de Rusia sobre la frontera de Ucrania. El periodo de negociaciones resultó un fracaso total por sobre todas las cosas por la cerrada negativa de Estados Unidos, la OTAN y Ucrania a decretar la neutralidad de Kiev y la instrumentación de los acuerdos de Minsk. Emmanuel Macron, que en 2019 decretó la “muerte cerebral” de la OTAN (https://www.economist.com/europe/2019/11/07/emmanuel-macron-warns-europe-nato-is-becoming-brain-dead) bajo la presidencia de Donald Trump debió abandonar de prisa y corriendo sus pretensiones de una fuerza de intervención rápida europea fuera del paraguas de la OTAN. No está en condiciones de disputar al gendarme mundial el territorio de la guerra.
Alemania tras décadas de una política de pacifismo no intervencionista y limitación al armamento de sus ejércitos, como secuela de su papel en la segunda guerra mundial, acabó quebrando esta política. No sólo se plegó a las sanciones contra Rusia, que la afectan a ella misma de forma significativa, sino que ha cambiado el rumbo de su política. En primer lugar enviará armamento a Ucrania para reforzar la capacidad militar del ejército allí en un giro radical de su política exterior que implica una sumisión directa a Estados Unidos. Ha decidido además rearmarse gastando en ello al menos el 2% de su PIB al año. Ahora sus importantes fábricas de armas no solo exportarán, sino que tendrán un próspero mercado interior. La escalada armamentista está en curso.
El Gobierno de España se ha sumergido en las mismas aguas de ese Jordán y ha anunciado que mantendrá un suministro bilateral de armas con Kiev. Madrid, miembro de la OTAN, tiene alojada en su territorio la base naval de Rota en Cádiz. En la misma amarran cinco destructores que forman parte del sistema de Defensa de Misiles Balísticos (BMD, por sus siglas en inglés) Aegis. Estos misiles son los que se han instalado en la proximidad de Rusia, como en Polonia y Rumanía. La decisión de enviar armas a Ucrania ha provocado una nueva fisura en la coalición de Gobierno.
Algunos ministros de Unidas Podemos como Ione Belarra e Irene Montero, han criticado la decisión afirmando que de lo que se trata es de recuperar la vía diplomática de la negociación y no alentar la guerra. Sin embargo la vía diplomática a estas alturas es una opción belicista. No exige la inmediata retirada de la OTAN y la salida de España de esa estructura militar. Ni exige la inmediata salida del ejército ruso del teatro de operaciones. La vía diplomática en este momento es la preparación de otra capitulación ante el imperialismo bajo el argumento de que se agotó ese espacio.
Ya lo ha dicho el presidente Sánchez en respuesta a UP en el parlamento, “por parte de la UE no faltó diplomacia”, lo que faltó fue una renuncia de Rusia a sus intereses. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que se reclama militante del Partido Comunista, ha dicho que la política de defensa es atribución exclusiva del presidente del Gobierno Pedro Sánchez y que en ese sentido ella apoya sin ninguna limitación la decisión adoptada. Es decir que bajo el empuje de la guerra se han abierto fisuras en el gobierno y entre los propios miembros de Unidas Podemos. La crisis implica que Yolanda Díaz no podrá probablemente llevar adelante sus objetivos de un Frente Amplio ante el deterioro de su relación con Podemos.
Pero entre oposición parcial y consentimiento expreso lo que queda claro es que el ala “izquierda” de la coalición de gobierno protesta pero se subordina a los objetivos militaristas del Gobierno de Coalición presidido por el socialista Pedro Sánchez. La izquierda que iba a asaltar los cielos ha consumado su capitulación ante el mandato de la OTAN y los acuerdos belicistas de la UE sin consulta a los parlamentos de los países miembros.
Los objetivos de la lucha de los trabajadores
La crisis bélica vuelve a dejar al desnudo que la guerra es el peor crimen contra la humanidad. La guerra en Ucrania, que ha adquirido dimensión de enfrentamiento mundial, tiende a convertirse en una ocupación militar rusa de todo el país. Las fuerzas rusas tendrán que hacer frente a una resistencia generalizada civil y militar. Esto minará las posiciones del ocupante dentro de Ucrania y al Gobierno de Putin en el interior de Rusia.
El GIO apoya la independencia de Ucrania y la lucha por el derrocamiento del gobierno de los oligarcas que han acaudillado la guerra con las repúblicas del Donbas, por un gobierno de los trabajadores. Por el derrocamiento del gobierno bonapartista de Putin en Rusia y por un gobierno de los consejos obreros. Por la expropiación del capital y la instauración del socialismo. En cada nación de Europa es imprescindible la agitación en contra de la guerra, por la inmediata salida de la OTAN, contra el imperialismo estadounidense, por el derrocamiento de los gobiernos del capital en cada nación europea, por gobiernos obreros, por la destrucción de la Unión Europea del capital por su sustitución por una federación de repúblicas socialistas europeas.
Denuncia además a las organizaciones que califican a la ocupación militar de Ucrania por Rusia como una acción antiimperialista. Se han convertido en correas de transmisión de los explotadores de los trabajadores rusos y de las pretensiones imperiales del gobierno de Putin contra los trabajadores de Ucrania y de Rusia. También denuncia la posición de la izquierda democratizante que apoya al gobierno títere de la OTAN en Ucrania con el argumento de que se trata de una lucha entre democracia y opresión. Las fuerzas en la coalición de Gobierno en España de Unidas Podemos se han manifestado como esbirros no sólo del gran capital español, sino como lacayos del imperialismo de Estados Unidos y las naciones avanzadas de Europa.